Fantasy
21 to 35 years old
2000 to 5000 words
Spanish
Story Content
El paquete llegó un martes por la mañana. Una caja de cartón sin remitente apareció en el salón es de maestros, durante la pausa para el café. La curiosidad pudo más, y la abrieron. Adentro, un extraño dispositivo plateado con luces parpadeantes parecía sacado de una película de ciencia ficción.
“¿Qué es esto? ¿Una bomba?”, bromeó la profesora Elena, con una sonrisa nerviosa.
El director, Don Ricardo, se acercó con cautela. “No lo sé. Pero mejor llamamos a la policía. Más vale prevenir…”
Antes de que pudiera marcar el número, el dispositivo emitió un siseo agudo y liberó un gas verdoso. En segundos, todos en la sala se desplomaron al suelo, sin vida.
Unos minutos después, Javier, un joven maestro de historia que había ido por café, encontró la dantesca escena. Corrió hacia el teléfono, temblando. “¡911 cuál es su emergencia!”
Mientras marcaba, uno de los profesores caídos se levantó lentamente. Sus ojos estaban vacíos, inyectados en sangre. Con movimientos torpes, se abalanzó sobre Javier, gruñendo. Detrás de él, los demás maestros resucitaron, se comportan como zombis.
Javier gritó, soltó el teléfono y trató de defenderse, pero fue inútil. Los ex colegas lo dominaron en segundos, mordiéndolo y arañándolo con voracidad.
Afuera, en el patio de recreo, el caos comenzaba a desatarse. Los profesores y el personal infectado atacaban a alumnos y otros maestros. La sangre salpicaba las paredes de colores y los juegos infantiles.
En el salón de cómputo, seis niños – Ana, Carlos, Sofía, Diego, Valeria y Mateo – presenciaban la horrible escena a través de las ventanas. Ana, la más pequeña, comenzó a llorar.
“¡Tenemos que hacer algo!”, exclamó Carlos, el deportista del grupo.
“¿Qué vamos a hacer? ¡Miren lo que están haciendo!”, gritó Sofía con histeria.
Mateo, un chico flaco con gafas y una obsesión por las películas de terror de zombis, tomó la iniciativa. “¡Tenemos que atrincherarnos! Este salón es de cómputo tiene vidrios opacos. ¡Es nuestra mejor opción!”, los vidrios opacos hacían que desde fuera no se pudiese ver el interior de la clase, permitiendo ver desde dentro el caos en el exterior. El porqué ese tipo de vidrio se encontraba en el aula era por motivos de seguridad para salvaguardar a los alumnos ante la posibilidad de ataques externos y desastres naturales, brindando un entorno más seguro durante su estancia.
Sin dudarlo, los seis empujaron un par de mesas contra la puerta. Carlos, con su fuerza, la reforzó con cables de computadora y sillas.
“¡Ahora, arranquemos la puerta!”, ordenó Mateo. “Si logramos quitar la chapa, tendremos un poco más de tiempo.”
Trabajaron frenéticamente, utilizando destornilladores de las computadoras para aflojar los tornillos. Finalmente, la chapa cedió, ofreciendo un pequeño respiro.
Aún tenía señal en su celular y aprovechando eso Mateo encendió el celular y vio las noticias. Su rostro se ensombreció. No había reportes de lo que estaba pasando en la escuela estuviera pasando en otras áreas de la ciudad así que debe estar sucediendo en la escuela solamente.”, murmuró. “Esto… esto es más serio de lo que pensaba.
“¿Qué pasa?”, preguntó Valeria, con los ojos llenos de temor.
“Es un brote… pero solo aquí, en la escuela. Aún tenía señal en su celular”, respondió Mateo, mostrando la pantalla. “No hay noticias de nada parecido en otras partes.”
Carlos palideció. “¿Un brote? ¿De qué hablas?”
Mateo respiró hondo. “Hay cuatro clases de brotes zombis”, explicó, recordando la información de sus libros y películas. “Clase 1 es un brote leve, aislado, fácil de contener. Clase 2 ya involucra más personas y una respuesta más organizada. Clase 3 es una crisis total, con miles de zombis y un control caótico. Y Clase 4… es el Apocalipsis.”
“¿Y nosotros en cuál estamos?”, preguntó Ana, temblando.
“Por ahora… diría que es un brote Clase 1 que debemos tratar como un clase 4. Aún tenía señal en su celular esto está contenido a la escuela, así que no deberían de haber muchas personas convertidas. ¡Pero eso no quiere decir que debamos bajar la guardia!”, enfatizó Mateo. “Tenemos que mantener la calma y pensar con claridad.”
Sofía gimió. “¡Esto es como en las películas! ¡Vamos a morir todos!”
“¡No digas eso!”, reprendió Diego. “¡Tenemos que luchar! ¡Mateo sabe de esto, sigamos sus instrucciones!”
Mateo asintió. “Lo primero es contactar a las autoridades. Con señal aún tenía en su celular”. Tomó el teléfono de Valeria y marcó el 911.
Una voz femenina contestó. “911 cuál es su emergencia?”
“¡Necesitamos ayuda! ¡Están los maestros atacan a los alumnos y otros maestros, se comportan como zombis!”, gritó Mateo.
La operadora suspiró. “No puede llamar a 911 haciendo esa clase de bromas. Es ilegal.”
“¡No es una broma sino nos cree le puedo enviar un vídeo!”, respondió Mateo, desesperado. Encendió la cámara del teléfono y grabó un breve video mostrando la ventana: profesores zombies persiguiendo a alumnos aterrorizados.
Envió el video a la operadora y esperó, con el corazón latiendo con fuerza.
La respuesta tardó en llegar. “Esto… esto es…”, tartamudeó la operadora. “Enviaremos unidades de inmediato. ¡Manténganse a salvo!”
Al otro lado de la línea, en la estación de policía, la reacción inicial fue de incredulidad. Los policías intercambiaban miradas de escepticismo mientras veían el video borroso.
“¿Zombis? ¡Estos chicos están locos!”, exclamó un oficial veterano.
“Pero… ¿y si es verdad?”, dudó una joven oficial.
El jefe suspiró. “No podemos ignorarlo. Envíen dos patrullas a la escuela. Que revisen la situación con cuidado.”
Mientras esperaban la llegada de la policía, los niños se turnaban para vigilar por las ventanas. La situación afuera empeoraba. Más y más personas se unían a la horda de no muertos.
“¡Están golpeando la puerta!”, gritó Ana, con los ojos muy abiertos.
Los zombies, atraídos por el ruido, se agolpaban contra la entrada, intentando derribar las barricadas improvisadas. La puerta crujía bajo la presión.
Carlos y Diego reforzaron las mesas con más sillas y libros. Sofía y Valeria consolaban a Ana, que lloraba silenciosamente.
“Tenemos que aguantar un poco más”, dijo Mateo, con la voz temblorosa. “La policía ya viene en camino.”
Afuera, el primer coche patrulla llegó a la escuela con las sirenas apagadas. Dos oficiales descendieron con cautela, con sus armas desenfundadas.
“Esto está muy callado…”, murmuró uno de los oficiales.
Entraron al edificio principal, con las armas en alto. El silencio fue interrumpido por un gemido gutural. En el pasillo, un maestro zombie se tambaleó hacia ellos, con la boca ensangrentada.
“¡Alto! ¡Deténgase!”, gritó el oficial, apuntando con su arma.
El zombie ignoró la advertencia y continuó avanzando. El oficial dudó un segundo antes de disparar con su pistola eléctrica, pero no funcionó porque (Aturdir a un zombi requiere dos veces el voltaje que requiere aturdir a un humano, así que las pistolas Taser comunes no tienen efecto.)
Con horror, el oficial disparó varias veces a la cabeza del zombie, hasta que cayó al suelo, inmóvil.
“¡Santo cielo…!”, exclamó el oficial, mirando el cadáver con incredulidad.
Más zombies aparecieron de los salones, gruñendo y gimiendo. Los oficiales retrocedieron, disparando a matar.
“¡Necesitamos refuerzos! ¡Esto es una locura!”, gritó uno de los oficiales por la radio.
Minutos después, más coches patrulla llegaron a la escuela, con las sirenas aullando. La policía estableció un perímetro, tratando de contener la creciente horda de zombies.
Dentro del salón de cómputo, los niños escuchaban los disparos y los gritos con el corazón en la garganta.
“¡Están luchando!”, exclamó Diego.
“¡Pero no sé si podrán contenerlos!”, respondió Sofía.
La batalla campal duró horas. Poco a poco, la policía fue diezmando a los zombies, pero el número parecía interminable. Finalmente, con la llegada de unidades especiales y el uso de armas pesadas, la situación comenzó a controlarse.
Cuando todo terminó, la escuela era un campo de batalla. Cadáveres mutilados y charcos de sangre cubrían el suelo. El olor a muerte era insoportable.
Los niños fueron rescatados del salón de cómputo, temblando y traumatizados.
“¡Están a salvo ahora!”, les aseguró un oficial, con una mirada sombría.
En los días siguientes, la escuela primaria fue cerrada y desinfectada. Las autoridades locales trataron de minimizar el incidente, en las noticias se atribuye lo que pasó a otra cosa.
“No se menciona la palabra zombi en las noticias. En cambio se menciona que fue un grupo de terroristas los que enviaron el virus responsable.”, le comentó Mateo a los demás, leyendo un reporte en su celular.
Se culpó a un brote de una extraña cepa de gripe, o a un acto terrorista con un nuevo tipo de arma biológica. La verdad, la plaga zombie, fue ocultada para evitar el pánico generalizado.
Los niños, marcados para siempre por la experiencia, se convirtieron en los guardianes de la verdad. Sabían lo que realmente había sucedido en la escuela, y sabían que el peligro, aunque oculto, seguía latente.
Mateo, ahora más que nunca, se dedicó a estudiar los protocolos de supervivencia zombie. Sabía que la próxima vez, no podían confiar en que alguien los rescataría.
En sus sueños, veía los vidrios opacos de la escuela y recordaba los gritos. Sabía que la batalla por la supervivencia, apenas había comenzado.